lunes, 16 de noviembre de 2020

COVID-19. Mascarilla. Reutilización. Métodos de esterilización.

Esterilización de la mascarilla FFP2 con vapor de agua durante 10 minutos, después de usarla el máximo de ocho horas recomendado. Foto Sevi Bohórquez.


La desinfección y reutilización de mascarillas

Unidad de Epidemiología Clínica y Biblioteca del Hospital Universitario Donostia tradujo y resumió, el pasado marzo de 2020, un estudio de la doctora Amy Price y el médico Larry Chu, sobre mascarillas FFP2, difundido por el Laboratorio de Medios e Informática de Anestesia de la Universidad de Stanford. Por conveniencia, para nuestra salud y economía, copiamos y pegamos a continuación el resumen.

LAS MASCARILLAS FFP2 (o N95) PUEDEN REUSARSE TRAS UNA ADECUADA DESINFECCIÓN (AIRE 75°C o Luz UV)
Unidad de Epidemiología Clínica y Biblioteca
Hospital Universitario Donostia, Marzo 2020

Un estudio reciente de la Universidad de Stanford (non peer-review) evalúa los cambios producidos en la capacidad de filtración y en el gradiente de presión (pressure drop) de las mascarillas de “alta protección” FFP2 tras desinfección con 5 métodos diferentes:
• Aire caliente (horno) a 75°C, durante 30’
• Luz UV, 254 nm 30’
• Solución de alcohol 70°
• Lejía doméstica
• Vapor de agua durante 10’
Can N95 facial masks be used after disinfection? And for how many times?. Report from the collaboration of Stanford University and 4C Air, Inc. March 25, 2020.

CONCLUSIONES:
1. El aire caliente a 75°C durante 30’ no produjo efectos deletéreos en las mascarillas tras 20 ciclos de desinfección.
2. La desinfección con luz UV tampoco tuvo efecto perjudicial tras 10 ciclos de desinfección.
3. La desinfección con vapor de agua caliente no perjudicó las propiedades de la mascarilla durante los 3 primeros ciclos. Posteriormente, sí.
4. Tanto la lejía como el alcohol modifican la carga estática de las microfibras de polipropileno, lo que hace que las mascarillas pierdan su eficacia protectora.
Comunicaciones personales (c.p.) y agradecimientos
Dr. Joaquín Hernández Palazón

viernes, 13 de noviembre de 2020

Andes. Perú. Cordillera Ampato. Coropuna. Historia. Reivindicación feminista. Primeros andinistas peruanos.

Macizo del volcán Coropuna. Foto Consuelo Amorós, 2015.


Voto femenino y primeros andinistas peruanos a principios del siglo XX

Convendría imaginar tanto la Norteamérica como la Arequipa del Perú del año 1911 para valorar, en su justa medida, la aventura de Annie Smith Peck —que se anticipó a Hiram Bingham1— cuando alcanzó las dos primeras cimas del macizo volcánico del Coropuna, donde reclamó el derecho de la mujer al sufragio, acompañada por quienes fueron «casi los primeros [andinistas] peruanos de nombre conocido que hayan participado en la conquista de grandes montañas de su país.»

Para reivindicar, de nuevo, el mérito de aquella notable exploradora y de sus compañeros peruanos copiamos, a continuación, el artículo mecanografiado por Evelio Echevarría que publicaría la Revista Peruana de Andinismo y Glaciología nº 10, año 1973.



Norteamericanos y peruanos en el Coropuna, Año 1911
Evelio Echevarría

En 1911 la actividad alpina internacional se concentró súbitamente en el volcán glaciado Coropuna. Dos grupos norteamericanos, en abierta competencia uno con otro, se disputaron la primera ascensión de la montaña. Y ambos grupos se reforzaron con peruanos, los que con esto pasaron a obtener la distinción de ser casi los primeros alpinistas (ya cabe aquí la palabra andinistas) peruanos de nombre conocido que hayan participado en la conquista de grandes montañas de su país. Hecho importante, si se tiene en cuenta que los primeros clubes de andinismo del Perú no fueron fundados hasta el decenio 1950-60.

Aquella súbita actividad norteamericano-peruana en el Coropuna del temprano año de 1911 se originó con unas provocativas líneas que el arqueólogo norteamericano Adolph Bandelier introdujo en su libro The Islands of Titicaca and Coatí , Nueva York, 1910.

En aquellas líneas Bandelier sostenía que el Aconcagua, el monte más alto de las Américas, tenía 6.940 metros de altura, y el Coropuna 6.949 metros, nombrándolo así el vértice del continente. Al leer tal noticia, la norteamericana Annie Peck, que en 1908 había escalado el Nevado Huascarán, partió al Perú para escalar el Coropuna. A la vez, el viajero de la misma nacionalidad Hiram Bingham, aficionado al estudio de la cultura incásica y alpinista, organizó una expedición con el triple propósito de escalar también el Coropuna, buscar en la región del Cuzco “la última capital de los Incas”, descrita por el padre Calancha, y llevar a cabo una serie de investigaciones científicas. Annie Peck partió primero y llegó también primero. Ascendió los dos conos nevados2 que se pueden ver desde el pueblo de Viraco y en el más alto plantó un banderín con la inscripción “Vote for women” (Voto para la mujer), del movimiento feminista, muy activo, de aquellos años. El informe que Annie Peck rindió es breve:

“Hice, el verano pasado, el primer ascenso del macizo Coropuna, en la cordillera costera sur del Perú, desde el pueblo de Viraco, en su lado sur. Ascendí dos cumbres, las únicas visibles de ese lado. Desde las cumbres vi otras más atrás; pero como había una depresión entre ellas y las nuestras y como se hizo evidente con estudios hipsométricos que la altura de la montaña que hollaba era inferior a la del Huascarán pensé que no valdría la pena intentar las otras cumbres con mis limitados recursos. No tenía guías suizos pero me complace mucho haber escalado estas cumbres al primer intento. Por supuesto, fueron menos difíciles que el Huascarán.

Mis compañeros en la cumbre del Coropuna fueron el señor Ricardo Carpio, peruano, el señor Carl Volkmar, germano-norteamericano, y cuatro portadores peruanos; siete en total.”

Debe destacarse que Miss Peck tenía 61 años de edad cuando la ascensión. Por cordillera costera ella entendía la Cordillera Occidental. Las dos cumbres que ella ascendió corresponden a las cumbres del sudeste del Coropuna, de alrededor de 6.200 metros. La cumbre mayor, medida hace poco por el Instituto Geográfico Militar en 6.426 metros está al noroeste.

Tal es entonces la nota (traducida del inglés del Bulletín, de la American Geographical Society, Nueva York, tomo 44, núm. 3, año 1912, p. 207); por desgracia, en esta ocasión no se publicaron fotos ni mapas que permitieran identificar con certeza las dos cumbres ascendidas, pues el Coropuna tiene numerosos conos. Pero nótese la activa participación de peruanos, los que son, desde luego precursores del deporte de la alta montaña de su país y de Sudamérica. Indudablemente los periódicos locales (Lima, Arequipa) deben tener nombres adicionales sobre el nombre de los desconocidos portadores , el equipo usado, etc. que bien vale la pena investigar.

Cimas orientales (6234 m y 6305 m) del Coropuna, probablemente alcanzadas por Miss Peck y sus compañeros. Foto José Martínez Hernández, 2012.



La ascensión de Hiram Bingham

El segundo grupo norteamericano es el de Hiram Bingham, de la Universidad de Yale. Bingham sabía que Miss Peck iba decidida a llegar primero al Coropuna, pero decidió no participar en la competencia debido a que se había comprometido a realizar una serie de estudios científicos. Por tanto, aunque en el Perú recibió la noticia de las ascensiones de Miss Peck, Bingham siguió con sus planes. Sus informes posteriores aparecieron en el libro Incaland (Boston, 1922) y el artículo “The ascent of Coropuna”, en “Harper’s Monthly Magazine” marzo 1912, págs. 489-502. De este artículo se puede resumir lo siguiente:

«La expedición partió a comienzos de octubre desde Arequipa, con varios cientistas de fama, como el geógrafo [Isaiah] Bowman, pero solamente con dos alpinistas, H. Tucker y el propio Bingham. El prefecto de Arequipa puso a disposición del grupo al cabo Mariano Gamarra.

La ruta pasó por Víctor, Aplao, cañón de Majes y Chuquibamba. En este último lugar se unió al grupo el profesor Alejandro Coello, director del Colegio Nacional. Desde algunos altos puntos de observación y desde la pampa, Bingham llegó a la conclusión de que la mayor cumbre del Coropuna estaba en el sector norte del macizo, y al efecto partió con sus compañeros norteamericanos y peruanos hacia el lado este.3 Los pocos pobladores de la alta pampa del lugar contaron a Bingham una leyenda de un paraíso con flores, frutas, pájaros y monos que existía en la cumbre del Coropuna, paraíso hacia el cual partían las almas de los fallecidos. A los 4.300 metros empezó la verdadera ascensión, llevándose los equipos, incluyendo mucho pesado material científico, a la espalda o con ayuda de algunos pequeños caballos. Se puso un campamento a 5.300 metros, donde, según Bingham, “nos sorprendió y complació notar que teníamos buen apetito y nada de soroche”. El 12 de octubre Coello, Gamarra, Bingham y Tucker partieron en lenta marcha y alcanzaron los 5.600 metros, donde establecieron el campamento IV. Al día siguiente, después de siete horas de ascenso fácil, llegaron a la cima alta del Coropuna, en la cual hicieron cálculos con aneroide e hipsómetro, que indicaron que la altura (con correcciones posteriores) eran apenas era de 6.615 metros, muy por debajo de los 6.940 metros del Aconcagua. Al atardecer, el grupo descendió y llegó al campo base y luego a Chuquibamba, el 20 de octubre. La triangulación del Coropuna desde la pampa confirmó la altura medida en la cumbre, mediciones modernas del Instituto Geográfico Militar le dan ahora solamente 6.426 metros».

Cimas del macizo volcánico del Coropuna. Base cartográfica del IGN del Perú.


Con estas dos expediciones de 1911 al Coropuna entran, entonces, a los anales del andinismo peruano, y sudamericano, Ricardo Carpio, Alejandro Coello y Mariano Gamarra, más los cuatro porteadores de Miss Peck. Los investigadores andinistas deberían buscar mayor información que dé a conocer los nombres de estos cuatro valientes. Recuérdese que para esos años, el equipo era deficiente, que la mayor altura alcanzada en el mundo era solamente 7.117 metros (en el monte Trisul, del Himalaya central) y que aún hoy no se conocen los efectos de la altura sobre el hombre a más de 5.000 metros.

La expedición de Bingham trajo además, al Perú, otra repercusión de importancia. Bingham regresó al Perú poco tiempo después y con un pastor indio descubrió Machu Picchu.

Notas de Andes Info
1) Evelio Echevarría recibió una carta del hijo de Hiram Bingham en la que le pidió disculpas por el machismo de su padre.
2) Todo parece indicar que alcanzó las cimas de 6234 m y 6305 m indicadas en la cartografía del Instituto Geográfico Nacional (IGN) del Perú.
3) Es posible que quisiera escribir oeste en vez de este.
4) Evelio Echevarría mandó a José Martínez Hernández una nota manuscrita en la que tachaba de su artículo la palabra "descubrió" para sustituirla por "desenterró", seguramente para indicar que Machu Picchu ya se conocía desde mucho tiempo atrás.

Comunicaciones personales c.p. y agradecimientos
Evelio Echevarría Caselli, José Martínez Hernández

martes, 10 de noviembre de 2020

América. Andes. Evelio Echevarría. Obituario.

Evelio Echevarría. Foto Sevi Bohórquez.


En memoria de Evelio
Sevi Bohórquez

Evelio Echevarría Caselli murió pacíficamente, en su cama, acompañado por su familia, en su casa de Loveland (Colorado), a sus 94 años de edad, en la noche del jueves 29 de octubre de 2020. Le alegró ver a tiempo el artículo homenaje a su vida y obra publicado en la revista Peñalara.

Evelio, el menor de los seis hijos de José y de Virginia, nació en Santiago de Chile en 1926. A los 27 años emigró a los Estados Unidos de América, donde conoció a Edwina, se casó con ella en 1957 y tuvieron cuatro hijos. Trabajó para pagarse sus estudios universitarios, mantener a su familia, obtener un doctorado en Estudios Hispánicos. Desde 1964 impartió clases sobre literatura española y sudamericana, en la Universidad Tecnológica de Colorado, en Fort Collins, hasta su jubilación en 1997. Dedicó buena parte de su tiempo libre a la actividad montañera y a conocer cuanto estuviera relacionado con los Andes. Disfrutaba explorando, ascendiendo a cimas vírgenes, aún más cuando encontraba en ellas vestigios de ascensiones antiguas que le impulsaban a indagarlo todo acerca de quiénes las alcanzaron primero. Sobre su vida y afición andinista véase Evelio Echevarría Caselli, toda una vida dedicada al desafío de ascender montañas vírgenes.

La mente y el corazón de Evelio parecían irrigados por sangre humanista con valores del alpinismo tradicional, entre los cuales su generosidad destacaba. Dispuesto siempre a regalar el resultado de sus investigaciones, o bien documentos de su archivo, valoraba la conversación provechosa, agradecía mucho la revisión del resultado de sus indagaciones, deseaba la paz de la montaña, le molestaba el acoso publicitario telefónico y, sobre todo, le resultaba insufrible la bulla de la televisión o de la «música chicha» durante sus viajes. Preguntaba con la humildad propia del alumno que aprecia la respuesta del maestro. Admiraba el ingenio y el espíritu emprendedor de los bonachones y desenfadados norteamericanos, aunque le entristecía que la mayoría se dejara dirigir tanto por los medios de comunicación.

Lo dicho nada tiene de panegírico. Quienes tuvieran el privilegio de conocer a Evelio lo saben. A buen seguro no podrían añadir otros elogios merecidos si lo impidiera, como me ocurre ahora, la emoción del recuerdo de algún momento compartido con él.

Anécdota de un instante

En septiembre de 2000, desde la ventana de la casa de Evelio, en Fort Collins, veíamos revolotear los copos de nieve iluminados por la luz tenue anaranjada de las farolas cuando empezamos a preparar la cena. «Merecemos la nacionalidad argentina —le dije—, no paramos de hablar». Mi compañera Consuelo, que reía, como Evelio, respondió: «Es lógico, hace muchos años que sólo os comunicáis por carta». El tiempo pasaba volando al hablar con Evelio, que lo recordaba todo: localización, nombres, alturas… Aun así, me preguntó con su habitual modestia: «¿Cómo puedes manejar tanta cantidad de información y contestarme tan rápido? Tus cartas siempre me llegan muy pronto».

En ese momento sólo pude contestarle: «No merezco esa admiración amigo Evelio... ¡Quién tuviera tu portentosa memoria! La mía es ortopédica, tengo una computadora. Ya me gustaría retener en mi cabeza tantos datos como retienes tú. Me he acostumbrado a la comodidad informática, ahorra espacio, y tiempo cuando no me da problemas. No podría volver al método de las notas en fichas de cartulina».

Evelio madrugó para quitar la nieve de la acera y evitar que alguien resbalara frente a su casa, en Fort Collins. Foto Sevi Bohórquez, septiembre de 2000.


Para suerte de la historia andinista, Adams Carter, editor del American Alpine Journal, contaba con la amistad de Evelio, a quien confiaba la revisión de contenidos y animaba a escribir artículos que han facilitado y facilitarán futuras indagaciones sobre los Andes.

Impresionado cuando terminé de leer la primera galerada sobre Perú que me mandó Evelio, en 2017, de su obra The Andes: The Complete History of Mountaineering in High South America—, le telefoneé para devolverle la pregunta: «¿Cómo has podido manejar tanta cantidad de información con tus métodos antediluvianos?»

Espero conservar siempre su carcajada en mi memoria. Lástima que nuestro amigo dejara el mundo de los vivos sin ver impreso su último libro (Summit Archaeology), sobre ascensiones prehistóricas.

Para entender y valorar cómo trabajaba Evelio habría que retroceder al tiempo en que no disponíamos de ordenadores personales, o al menos ojear el librito de Umberto Eco Come si fa una tesi di laurea.

Con Evelio agradecido por una vida larga y feliz y por haber alcanzado tantas cimas andinas vírgenes superiores a 5000 metros, más que nadie hasta hoy, se reparte por la bóveda celeste el alma del último gran Andinista investigador de la era analógica, que nos deja el legado de su admirable obra.

Post data. Nota aclaratoria. Evelio a mediados de julio de 2002 se sometió a una cirugía por cáncer de colon, regresó a su casa el 27 del mismo mes. En septiembre, gracias a su fuerte constitución, cocinaba su propia comida y disfrutaba caminando con dos bastones. El 22 de octubre todavía podía caminar algo y recordaba incluso las alturas exactas de las cimas andinas. Véase además Alpinist 30 de marzo de 2021.

jueves, 5 de noviembre de 2020

Montaña. Historia. Realidad. Obviedades y duda.

Urriellu o Naranjo de Bulnes desde el canal del Camburero, la tarde del 9 de septiembre de 2020. Foto Sevi Bohórquez.


Historia y obviedades a recordar

Hace años un escalador español, con habilidad disuasoria, recomendó a otro —autor de una historia breve de la escalada, publicada en una revista de montaña—, que dejara «la historia para los historiadores». Ignoro el impacto de esta recomendación entonces, pero posiblemente hoy cayera en el ámbito escalador moderno como un minúsculo grano de arena en el desierto.

Con la acometividad del actual negocio de la información, favorecido por el afán individual de testimoniar, y por la creciente cantidad de eruditos noveles que regalan «sabiduría» en forma de refritos históricos, a través de los medios de comunicación, parece razonable que aumente nuestra tradicional desconfianza sobre la «historia» divulgada.

Si cotejar abundantes testimonios contradictorios publicados provoca esta desconfianza historiográfica, nuestro escepticismo crece al comprobar que alguien o algo divulga nuestros propios hechos desvirtuados por desmemoria, autopropaganda, complacencia u otras razones o intereses. No obstante, olvidamos esta decepcionante experiencia demasiado a menudo, solemos creer sin cuestionar cuanto leemos cuando nos faltan elementos de juicio. Soslayamos, así, que una crónica veraz registra los testimonios de la mayoría que participó en los hechos, sus coincidencias y diferencias. Olvidamos, entonces, la objetividad informativa. Esta objetividad, como sabemos, considera que el relato de una sola fuente relacionada con un acontecimiento de más participantes podría ser parcial o equivocada.

En cualquier caso, como las mentes vehementes nunca perdonan la desmitificación de sus ídolos, tampoco aceptan la corrección pública de incorrecciones en sus testimonios, ni toleran la honestidad de quien al contar la verdad lanza ingenuamente piedras al tejado de su propio ámbito, procede preguntarse: ¿cada montaña merece el registro de su historia montañera verídica, aparte de sus encantadoras leyendas o las de sus fantasmas?

Los hechos de una historia con muchas versiones tienen una realidad única, como la luz que colorea los fugaces momentos del día y sólo puede alterarse a través del color del cristal con que se mire. Reivindicar la realidad histórica requiere la generosidad de gastar tiempo en aclarar las inexactitudes publicadas, el cuándo y el cómo es cuestión de índole y talante. También exige compresión ante posibles respuestas airadas que, probablemente, contrastarán con las del espíritu escalador tradicional que agradece la claridad o la luz en las tinieblas.